
Cuando somos niños, los demás toman decisiones importantes para nosotros. Nuestros padres tienen la responsabilidad de cuidarnos y ayudarnos a crecer.
Eso implica un alto riesgo de que sea el otro quien se equivoque y condicione negativamente nuestras vidas, pero también implica la comodidad de no tener que hacerse cargo de sí mismo.
A medida que crecemos, tenemos dos caminos: seguir repitiendo conductas, indicaciones y sentencias, o definir qué es lo más conveniente para nosotros en cada momento.
Debemos discernir con qué valores nos identificamos y cuáles de las cosas que nos imponen vamos a desechar.
Esto implica, dejar de culpar al otro por sus errores y tomar las riendas de la propia vida.
Para poder decidir con libertad, debemos utilizar nuestro pensamiento crítico y observar las diferentes opciones con una actitud objetiva, teniendo en cuenta nuestra propia escala de valores. Nuestras elecciones derivan de nuestros pensamientos.
Por ejemplo, si creemos que la felicidad viene de la mano del dinero y del poder, difícilmente veamos en la vida otras cosas para disfrutar. Si somos conscientes de nuestros pensamientos, nuestros valores y nuestros deseos seremos más conscientes de cuáles son los fundamentos de nuestras elecciones.
Ahora bien, nuestro pensamiento crítico también deberá ayudarnos a discernir si nuestros pensamientos y deseos tienen en cuenta a nuestro cuerpo y a nuestro entorno y así consideraremos otros valores básicos asociados al AUTOCUIDADO y al RESPETO por sí mismo y por el otro. Cuando éramos niños y decidían por nosotros, el cuidado provenía del otro y el respeto se imponía con criterios externos a uno mismo.
La madurez nos impulsa al autocuidado y a la internalización del respeto que no se impone desde afuera sino que surge desde nuestro propio interior.
Muchos de los conflictos internos que derivan en conductas adictivas tienen que ver con la alteración de estos dos valores básicos necesarios para nuestro desarrollo y maduración: La falta de autocuidado y la desconsideración del valor del sí mismo y del otro.
Por eso, al pensar en discernir es importante separar lo que somos en esencia cada uno de los seres humanos:
- Somos un cuerpo físico. Para hacer, sentir. Sin él, la vida no es posible. Por eso es preciso atenderlo, tratarlo bien, alimentarlo sanamente, darle descanso. Cuidarse es discernir y elegir la opción más conveniente.
- Somos, también, un conjunto de deseos. Tenerlos es positivo porque nos motiva para buscar metas. Pero tratar de conseguir todo lo que se nos ocurra puede derivar en la avaricia, la gula, la ira, la intolerancia, la envidia.
- Tenemos una mente. Pensar que estamos por encima o debajo de los demás son dos de los polos opuestos más comunes: el orgullo y la autoestima baja. Ambos impiden el crecimiento.
La cuestión es alcanzar un equilibrio entre lo que somos y lo que nos gustaría, y actuar en consecuencia. Aceptar nuestras limitaciones y desarrollar al máximo nuestras capacidades.
Nuestra mente está a nuestro servicio. Solemos colocarla sólo al servicio de nuestro cuerpo, o sólo al servicio de nuestros deseos, o considerar que la mente domina nuestro ser, y así olvidar nuestro cuerpo y dejar de lado nuestros deseos.
En cualquier caso, estaríamos dejando de discernir y dejando que el árbol tape el bosque.
Al usar la capacidad de discernir sobreviene la reflexión antes de la palabra y de la acción. Y esto nos permite evaluar si lo que hacemos es bueno, verdadero, justo, útil para nosotros y quienes nos rodean.
Teniendo en cuenta estas ideas, definamos algunas cuestiones importantes para discernir mejor:
- Dominar la mente. Controlar el temperamento, sosegarse, tener el valor de enfrentar pruebas, firmeza para detenerse, serenidad para considerar los acontecimientos. Para esto hay que diferenciar lo importante de lo accesorio.
- Dominar la acción. Aquí no hay ‘medias tintas’. Es preciso cumplir con el propio deber, con nuestros deberes evidentes y razonables sin dejarnos invadir por los imaginarios o los que otros traten de imponernos. Prestar atención a lo que se hace es la mejor forma de hacerlo mejor.
- Ser tolerante. Incluso con quienes viven y piensan diferente. Librarse del fanatismo y la superstición, alcanzar el respeto.
- Tener una aspiración. Plantearse objetivos e ir hacia ellos a pesar de las dificultades. Hay que poner atención y esfuerzo para alcanzarlos. Y hay que discernir para elegir las aspiraciones y los caminos más convenientes.
En la medida en que nos hagamos cargo de nosotros mismos, teniendo en cuenta todo nuestro ser, podremos dimensionar verdaderamente EL VALOR DE LAS DECISIONES PROPIAS.
Muchas gracias por este estupendo texto.
Me ha hecho pensar…y estoy totalmente de acuerdo en que tomar nuestras propias decisiones tiene un gran VALOR.
Si yo decido, doy por sentado que soy libre, y responsable. Por supuesto que estamos condicionados en mayor o menor medida, pero no podemos escondernos siempre y culpar a los demás, a la sociedad, etc.
Pues a por nuestra libertad!
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